Una parte del espíritu original de la escritura depende de la relación que se establece entre el autor y el mundo que lo envuelve. Algunos poetas expresan en sus versos lo que les ha ocurrido en la vida: sus encuentros y desencuentros, sus amores o sus pérdidas. Otros se inspiran en la imagen y forman su literatura con distintas impresiones de un tema; hay los que componen distribuyendo acentos y rimas, o los que no pueden hablar de lo inefable si no es a través de la metáfora. Isabel Burguillos muestra con su poesía una profunda necesidad de encontrarse consigo misma. No lo hace a partir de historias largas o elaboradas; sino a través de un pacto de amistad con sus lectores. Amistad entendida como igualdad, sencillez y confianza, gracias a la cual recordamos que merecemos cosas buenas y bonitas a lo largo de la vida, y que somos dignos de amar y ser amados.
En la poesía de Isabel encontramos, como una constante, el requerimiento que ella misma se impone de explorar el yo poético y hallar su lugar en el cosmos. Hay en cada texto, una profunda necesidad de comunión con el universo, que rige la selección de las imágenes: la luz, el mar, el infinito, y por supuesto el sol, que expresa la vida.
A este respecto, Isabel es una soñadora de palabras. Dentro de las frases esbozadas nos va dando atisbos de su ensoñación interior por la que deja correr la pluma para desanclar a la mujer que quiere volar.
Hay dos poéticas complementarias en esta obra. Una es el fuego solar que lejos de ser destructivo es energía de la vida, como cuando dice: “El descubrimiento de cada rincón de Mi Universo es Bendición, armonía; mirada al Sol sin dañar las pupilas profundas”. La otra poética es el espacio de la tierra donde todo germina. El propio cuerpo es esa tierra, y la conciencia es un refugio al que acudir para estar alerta y presente; para ver de cerca las cosas, incluso las pequeñas.
La poesía de Isabel es intimista. No podemos apreciar nada si no es reconociéndonos, y por eso termina por convencernos de que la inmensidad, lo más profundo, está en nosotros mismos.
En la poesía de Isabel vemos de manera recurrente palabras como “inocencia” y “pureza”. Le canta a la niña que lleva dentro, una niña que, me cuenta, escribía desde los 7 años. Le canta a esa pureza que no se pierde si se mantiene al corazón amoroso e íntegro, que trae reminiscencias de campo como cuando dice: “El aroma a tomillo en las montañas, la inocencia humilde de la bonita y niña ignorancia”.
También son frecuentes las imágenes relativas al jardín. Es este un jardín lleno de flores: rosas perennes, camelias, nenúfares, campos de margaritas y azucenas, lirios y clavellinas. Flores que, como su alma, se alimentan de Sol.
“Al adentrarse en Uno Mismo encontramos Lo Grandioso,/ Integramos nuestro Origen que nos llena de riqueza, /se despiertan lindos sueños y se inundan nuestros ojos/ de flores cristalinas, versos recién nacidos y tacto de seda”.
Isabel le canta también a la libertad, a una libertad que le pertenece tanto como “la lluvia y su música impoluta”. Este apropiarse del mundo funciona como proceso sanador que culmina en el amor propio, en ese equilibrio entre el estado anímico y nuestra autoestima, que se proyecta al exterior como un sentimiento de bienestar y goce:
“Me pertenece, de nuevo, la mar y su talento al crear radiantes olas que cantan, los horizontes que nacen y la comprensión de la tristeza amarga. La lluvia y su música impoluta, la sequedad de estas lágrimas ya sanadas. La luna vestida de blanco tul y la claridad oscura de la noche estrellada. El sordo quejido que ya no duele y el sonoro murmullo de estos Ángeles que me guardan./ Por último…pertenezco yo a la Vida, y la Vida…/ Sin pedirla se me regala.
En general, se dice que antes de amar a otra persona primero debemos amarnos a nosotros mismos, pues es a partir del respeto que sentimos por uno mismo que podemos dar libertad al otro. El amor para Isabel es algo que “da alas doradas” para que la vida no pese, y “tiñe el corazón de belleza”. Por eso, en este poemario, no vemos asuntos dominados por la pasión, ámbito de la soledad, sino un cascabeleo de imágenes celebratorias que son producto de haber encontrado dentro de ella su propia conciencia creativa y amorosa.
“La pasión se despierta cuando nace el deseo por el reencuentro con tu piel, suave como los pétalos del jardín de las flores más bellas que guardas para Mí”.
También por eso dice “Mis días los vivo desde Mí Misma, como aquella vez que me fueron otorgados, y desde ahí, desde el mayor respeto a lo que Soy, aprendo a Ser, y me comparto.”
Y es que a pesar de que por dentro hay todo un proceso intenso y profundo, la ausencia de miedo hace que para Isabel las cosas fluyan y sean. En sus palabras respecto a este poemario ella comenta:
“El alma me pide paso, y yo aprendo a fluir tal y como noto su energía. Y todo es bendito; no excluyo nada. Solo hay que mirar, sentir, abrazar, aceptar, dejar ir”.
Espero que este prólogo sirva de pórtico a la obra de Isabel, fruto de profundas meditaciones generadas desde el fondo de su alma. Le auguro un gran éxito con este libro y sus canciones.
Gabriela Santana